Hablamos con Inma Bermúdez sobre la FollowMe

Nació en Murcia en el año 1977. Aunque con una semana de vida a Inma Bermúdez ya la afincaron en Valencia, ciudad donde estudió  diseño y que se está revelando como cantera de nuevos creadores en España. Con FollowMe cree que introduce un toque femenino en el catálogo de Marset, donde hasta la pasada temporada todas las lámparas iban firmadas por diseñadores varones.
Desde su casa en el campo a 20 km. de Valencia, -donde vive rodeada de perros, gallinas, huerto y familia cerca para no perder la tradición de la paella dominical-, hoy viaja a cualquier lugar del mundo cuando se trata de tirar adelante un nuevo proyecto.

La lámpara FollowMe es tu primera colaboración con Marset ¿Cómo llegaste a la empresa?
-Conocí a Javier Marset y a Joan Gaspar en Moscú hace 5 años, en un viaje de empresas españolas que exponíamos allí, y se celebraban ponencias. Entonces me dijeron que estaba invitada a realizar un producto con ellos. Empecé con esta lámpara hace dos años y la he tenido que “pelear” bastante. Marset no tiene mujeres diseñadoras. En mi estudio nos parecía que su catálogo es muy masculino. Quizás el único modelo algo femenino es Discocó. Marset es una empresa que tiene un nivel tecnológico muy alto. Y esto es fantástico. Pero a la vez quería que FollowMe se desprendiera de ese tono frío a veces asociado a la tecnología. Para mí esta lámpara es como un bombón. Algo simpático y cálido.

Veo FollowMe casi como un complemento personal. No es un bolso, claro. Pero sí te la puedes llevar a cualquier parte.
-Me gusta lo de complemento personal. En casa tenemos gallinas y gallos que suben a dormir a los naranjos. Es muy gracioso verlos allí. Un día imaginé la lámpara colgada de las ramas entre los animales. Cuando diseñas generas imágenes en tu cabeza, sueñas un poco.
Pero también es muy importante comunicar que es una lámpara de sobremesa. Lo que sucede es que es cachonda y puedes llevarla al exterior. O a un picnic con tu pareja. Aunque su destino principal es  la  sobremesa, con el factor movilidad. Funciona con batería recargable incorporada. Tiene una entrada USB y cable para enchufar a la red eléctrica. Incorpora dimmer para regular la intensidad y da una luz cálida e impecable.

El origen de FollowMe está en el propio catálogo de Marset de los años 70.
-Le pedí a Javier Marset los catálogos antiguos de la empresa. Quería conocer lo que hacían antes. Vi el modelo Flass y me llamó la atención cómo iba sujeta la cúpula basculante de la pantalla. A partir de ese detalle empecé a realizar los primeros bocetos. Se los enseñe a Javier y me habló de un nicho en el mercado de lámparas “autónomas” de pequeño formato. Puede ir en muchos sitios, en casa pero también en restaurantes o terrazas que no tienen acceso a enchufe. O sustituir una vela por cuestiones de seguridad o viento. Incorpora tecnología LED. Aunque para que resulte más familiar al usuario, va en una esfera que recuerda la bombilla tradicional.

-¿Es la  primera lámpara que diseñas?
-No. Ya he hecho varias. Aquí el reto era, sobre todo, crear una lámpara que enamore. Que el máximo posible de gente la pueda entender y provoque algún tipo de sentimiento. Es lo que me pasa a mi cuando compro algo o ahorro para algo que me gusta, quiero que sea  muy especial.

Desde el año 2006 colaboras con una empresa  que debe haber poca gente que no conozca, Ikea. Cómo afrontas tu trabajo para Marset, que no es tan conocida pero a la que imagino le gustaría vender tanto.
– Si quieres llegar a un público universal has de diseñar para jóvenes y mayores, para orientales y occidentales. El producto tiene que ser muy claro. El cliente no tiene que ponerse a pensar cómo funciona. Es el reto. Aunque no es fácil tampoco. Luego está el precio y tener muy en cuenta los factores que lo incrementan: embalaje, transporte. La multiculturalidad es muy importante. Pero sólo sencillez y precio sería muy aburrido. Tienes que aportar tecnología, diferentes códigos de estilo y también productos de autor.

Queremos ser globales pero también pedimos lo original.
-A los suecos les gusta parecerse a su vecino. Se sienten más seguros. En España no se quiere ser igual. Se quiere ser más que el vecino.

-¿Dónde queda el carácter distintivo?
-Para mi es el carácter mediterráneo. Lo que me gusta mucho de Marset es su modo de comunicar, su campaña de marketing. Lo que hay detrás de cada producto. Creo que hoy día hay que ser un poco romanticones. También divertidos, saber salir de lo convencional.

Ahora que hablas de romántico, en el diseño actual se aprecia esa tendencia. Aunque con enfoques muy variados ¿A qué crees que se debe?
-Es evidente que cuando convives unos años con la globalización, viajas, ves las mismas tiendas, cadenas… necesitas un contrapeso. Algo genuino, único. No soy partidaria del consumismo. Sino de comprar o de ahorrar para aquello que consideras especial.
En casa tenemos bastantes muebles y objetos de los abuelos de mi pareja que es alemán. Sofás de Finn Juhl, y otras piezas del siglo XX. Me gustan mucho esas épocas. Antes se valoraba  lo que se compraba. En España el aparador valía un dineral. Es lo contrario de ahora. Se ha perdido esa relación.

Tu generación afronta el diseño de un modo más desenfado. A veces juega a lo naïf.
– Antes la profesión era menos común y más vinculada a los procesos productivos. Fundamental para la resolución de cualquier proceso. Pero eso ya nos ha llegado dado. En Jaime Hayón, con quien he colaborado, hay circo, risa, humor. Todo pueda ser producido industrialmente, pero todo ofrece una cara artesanal. Sin dejar de lado el desarrollo impecable, desde luego.

-¿Cómo te defines tú en el papel de diseñadora?
-Mi punto de vista es dar respuesta a un cliente. Si trabajo para una empresa sueca doy respuesta a  esa firma. Si lo hago para una valenciana, lo mismo. Si trabajo para Marset doy respuesta a Marset.
Me siento afortunada de colaborar con clientes muy dispares. Ahora me disfrazo de esta marca, ahora de esta otra. Me gusta pensar que soy polivalente y me adapto a las necesidades del que me requiere.